domingo, 30 de junio de 2013

A la vera.

Si aún pudieras verme no me reconocerías. Ya no soy esa niña inocente y feliz que solía ser. Recuerdas cuando nuestra peor preocupación era esconder nuestras manos enlazadas en una almohada. Si pudieras leerme acaso reconocerías a la niña que le escribía poesías a los cruceros que imaginábamos juntas... Ya en mis letras no hay cruceros. Ya no hay luz, no hay magia. El arte de materializar la belleza ya no es parte de mis días...

Quisiera haber guardado esa primera carta de amor que escribí. Con la que gane el concurso. Quisiera recordar que era sentir esa sensación que produce el amor por primera vez.

No hay nadie que pueda negar que vos eres y serás mi primer amor, ese amor que me llegó muy joven. Ese amor que aún busco. Ese amor que nunca estuvo contaminado por el engaño.

A veces quisiera encontrarte ahora, para saber sí ese amor sería tan especial si hubiera pertenecido a esta época. A estos años, a estas letras,










El caballero errante.

Nadie te enseña a amar. Nadie sabe como recorrer los caminos de la conciencia. Pero por alguna razón yo siempre vuelvo al mismo recuerdo. Les contaré. Sus ojos brillaban. Nuestras miradas se encontraban con torpeza. Una corriente recorría el espacio que nos dividía. La afinidad sin palabras, nos ganaron las ganas. Ella se puso de pie y caminó hacía el baño, yo la seguí, por supuesto. Allí, la encontré, esperándome. Caminé hacía ella, me pegué a su cuerpo, sentí como nuestros labios se complementaron como en un sello de sangre. Recuerdo su respiración agitada, sus manos ansiosas acariciando mi cabello. Mis manos conociendo su cuerpo. Deslicé mis dedos por su espalda. En un ritmo muy elocuente nuestros cuerpos vibraban confirmando que habían nacido para estar juntos. Sus besos me confundieron, como chichos. Sus manos aceleraban el tiempo, a caricias nos llegó la noche. Se marchó, y me dejo entre manuales para aprender a caer. Ella era la droga. El tiempo pasó y me preguntó por qué. Dando vueltas en el jardin de Pizarnik la esperé. La vi llegar, La vi partir.  Conté hasta mil la levedad de sus palabras. La sensación de volar en un atardecer apocalíptico. El cielo nos arrulló, mientras escuchaba  las palabras que rompían como olas contra el pecho. 

miércoles, 19 de junio de 2013

Pinguinos

Sus ojos brillaban. Una luz se desprendía de ellos con una gracia casi celestial. Sus ojos color almendra me hacían sentir perdído en el paraíso. Recuerdo verla correr con mucha gracia por todo el jardin. Me creeran un loco, pero su mirada podría haber derretido el polo norte. Estoy seguro. Verla saltar como una cria me recordo mi infancia y me agustió la falta de ella. Su vitalidad arrolladora volvía flores la arena. Sin embargo,  cuando de sus hermosos ojos brotaban lagrimas de  tristeza ella congelaba la primavera. Ese día supé que de mí no quedaría nada. Que su amor me partiría en mil pedazos. Condenándome al más cruel infierno terrenal. Es que sin ella todos los días serían iguales, siempre sufriendo, siempre mintiendo. Por lo pronto sé que para sentir la necesito a mi lado. Pero su brillo me iba encandilando. Al pasar del tiempo me vi cayendo como un pinguino a sus pies, jugando a ser un principe de lentes.

Así me perdí en un cuento de ayer. Su imagen de miel, la sangre y el viento. En una noche como cualquier otra la vida me arrebata las ganas de vivir. Sus palabras me soltaron. La vi palidecer. Se marchó. Ni siquiera dijo adiós.

El tiempo pasó, me fui a dormir antes de que la realidad me golpeara una bofetada. En la desvelada nos vi viajando en barco, camino al arcoiris. Pero al quedarme dormida volvimos a la tormenta que llamamos tiempos de crecimiento discontinuo.

Qué les puedo decir que ya no sepan. Su recuerdo se marchó como su alma inquieta. Y yo... yo subí al cielo a disfrutar como sus pensamientos se hacían míos, nuestros, inalcanzables.