martes, 26 de agosto de 2014

Carolina es una artista y aún no lo sabe

Carolina es una artista y aún no lo sabe. Dibuja desde muy pequeña, al igual que su hermana. Pero no por oficio.  Dibuja lo que le gusta, sin disciplina, pero con el encanto de quien fluye por su obra. Ella es su obra, su obra inmersa en ella es como un chapuzón  en el inconsciente. Y ella, aun no lo sabe.

Al llegar a su casa quise conocer su cuarto, pero su respuesta fue “allí no hay mucho. Hay un televisorcito que no prendo, unos libros que no leo, unas gavetas que no abro, una puerta azul y una ventana que me provee de brisa barranquillera”. Para ella, su lugar es el estudio. Un cuarto lleno de libros de dibujo, que no son de ella, con una mesa para dibujo, que tampoco es de ella. “Lo mío es el caballete” dice entre risas, juega con los lápices y sus dedos parecen danzar por ellos, como quien reconoce en esa herramienta un amigo.  Dedos delgados y largos, como los de una pianista.


Sus dibujos expresan y sugieren sentido. Dibuja lo que le gusta, sin disciplina, pero con el encanto de quien fluye por su obra, se inmersa en ella, como un chapuzón  en el inconsciente. Sin embargo, como todo artista que siente y vive su obra, para ella el dibujo no es rutinario, pero es tan cotidiano que le resta un poco de importancia. Desconoce que su talento puede ser explotado, no sabe ni le interesa, del todo, los concursos de dibujo y las oportunidades que puede encontrar en él y por él.

Carolina tiene una hermana mayor, que también dibuja, su nombre es Nataly.  Tiene 21 años y es la dueña de todos los libros, de la mesa de dibujo y de casi todas las cosas de ese lugar especial en el que Carolina se siente libre. Nataly estudia diseño gráfico y ha decidido hacer de su arte un oficio del cual vivir en un futuro. Mientras Carolina, vive de él y por él en un sentido distinto. Las dos dibujan como su padre.

Padre arquitecto que no vive con ellas. Figura familiar que apenas si se menciona, pero que toca con fuerza la fibra de Carolina, sin ella saberlo. Ella no ve a su padre frecuentemente, y considera que él no influye en ella ni en su rutina diaria. Pero dibuja, por él, desde muy pequeña. Por otro lado está su madre, Mery Bula, amorosa y cercana. Las dos tienen una relación estrecha, que a veces se ve fracturada por la falta de interés de Carolina en las cosas del hogar y en el cuidado de su abuela que tiene alzhéimer. Abuela que ya no habla, pero que de vez en cuando Carolina cuida.

Carolina es su arte. Su arte es la concepción de eso que es y no es. De ese yo superfluo volátil a su entorno, y de ese súper yo que la posee, la mueve, las transforma. De lo que quisiera ser,  y es, en distintas proporciones. De ese ello que goza de libertad, como Ella, como sus dibujos. 

Porque ella es libre. Como el lápiz que sujeta en su mano como quien se sabe o se cree indefenso. Es libre como los trazos suaves que danzan sobre ese cuaderno que siempre la acompaña. Libre como su menudo cuerpo, que parece flotar cuando camina. Libre como la brisa barranquillera que deja entrar por su cuarto y la acaricia todas las mañanas al despertar. Libre como la risa burlona que deja fluir por la comisura de su boca cuando alguien le dice que es talentosa.  Libre como el espíritu aventurero que no cree en la industrialización de arte. Libre de malicia como el abrazo protector de su madre cada mañana. Libre como su cabello, que fluye desordenado al ritmo del aire. Libre como los que conocemos en ella y por ella el arte de dibujar en libertad.