martes, 4 de noviembre de 2014

A proposito del olvido que seremos

Mientras leía el libro ‘El olvido que seremos’ de Héctor Abad Faciolince, sentí muchas veces una especie de angustia. Porque reconozco en sus frases el miedo a las consecuencias que puede tener luchar a favor de los derechos humanos, pero mucho más el saber que alguien que amas con todas tus fuerzas pueda correr peligro por esto. 

Lo sé, lo vivo, lo padezco, con ella, la culpable de mis noches en vela. A su corta edad, alza la voz tan alto en contra de las injusticias que muchos podrían sentirse incómodos y como es costumbre en este país, podrían callarla de una manera tan sencilla que solo quienes conocemos su causa podríamos sentir las náuseas propias de quienes entienden la realidad social de esta tierra de águilas y cuervos dentro y fuera del zoológico llamada gobierno en un país de realidades que superan la ficción. 

Una de nuestras tantas discusiones fue por ella querer apersonarse con la ayuda de sus contactos en Colombia diversa y la activista Marta Cuellar, de un caso de amenaza de las águilas negras en contra de una pareja de lesbianas, una de ellas menor de edad. Caso que en su momento de apogeo me hizo sentir más asco del que siempre he sentido hacía la fuerza pública, la policía nacional, que se supone existe para defendernos, pero que por el contrario solo violan nuestros derechos una y otra vez con el uso desmedido de su fuerza. 

Aquellas niñas que al denunciarle a un grupo de policías un caso de abuso sexual y homofobia que habían recibido por parte de un pescador, solo recibieron frases soeces en contra solo por su orientación sexual. Ellas al caer la tarde, unas horas después de ese suceso, deciden antes de tomar el bus, tumbar una de las motos de esos policías. Estos, las golpearon sin importar que las dos fuesen unas niñas indefensas que no podían defenderse. Ellas, muy valientes, denunciaron el hecho ante medicina legal y la fiscalía. Por cosas de la vida, mi pareja, recibió la llamada de una de ellas, quien pedía ayuda. 

Razón por la cual, dos días después fuimos a conocerlas. Yo sentí dentro de mí, no mariposas, sino hormigas, sed de justicia, y la indignación propia de quien se ha puesto los zapatos ajenos y los hace muy propios. Quizá no solo fue el hecho de ver a esas con moretones diversos como la bandera gay, quizá tampoco fue el sentirme identificada con ellas, o el hecho de haber sido víctima del abuso de poder de la fuerza pública.

Quizá solo fue que horas antes mi pareja y yo habíamos sido víctimas de discriminación en un grupo que trabaja por la reivindicación de los derechos de la comunidad LGTBI. Pero con una ambigüedad discursiva y crítica del tema, que indicaba las representaciones e imaginarios sociales a los que habían sido expuestos por muchos años. Horas antes habíamos sido víctimas de la heteronormatividad y peor aún la homonormatividad dentro de la misma comunidad LGTBI. 

imagen tomada de: http://goo.gl/6D09w2
Sin embargo, al yo saber que ella al liderar el caso, con sus contactos podía ser silenciada por las águilas negras, sentí el miedo que Héctor Abad pudo sentir con su padre liderando la lucha en pro de los derechos humanos. Aunque la dimensión de las situaciones es distinta, estoy segura, mi miedo no lo era tanto. Por eso, solo podía repetir que Colombia ya no necesitaba más mártires, y que de una manera más silenciosa trabajará por los derechos que todos como ciudadanos de Colombia, merecemos. 

Y aunque, no puedo dejar de pensar lo egoísta que fui, al retener ese espíritu libre que desea con todas sus fuerzas cambiar el mundo, empezando por su entorno más cercano. Es difícil, y quizá irónica mi decisión de oponerme a sus intenciones en aquel momento, pero es cierto, Colombia ya ha tenido muchos mártires. Ahora necesitamos gente que no se haga matar por el cambio, sino que viva para el cambio y progreso de este país. 

Aún creo que podemos poner nuestro grano de arena, y sé que lo hacemos día a día en la Universidad donde a diario intentamos hacer por lo menos de quienes nos conocen unas personas capaces de aceptarnos por lo que somos y no por qué nos llevamos a la boca. 

A veces ella deja salir de si risas, y me dice que solo hablo de la teoría del reconocimiento. Muchas veces me ofendo, pero es cierto. Todo en este mundo tiene desembocadura en ella. La mayoría de los crímenes y grandes genocidios del mundo han sido por nuestra incapacidad de reconocer en otro a una persona con un valor inherente, capaces al igual que nosotros de sentir y pensar. Si cada uno de los sicarios que ha matado por unos cuantos pesos, hubiese pensado en el otro, que también tenía familia, recuerdos, sentía, quizá, solo quizá, nuestra realidad sería distinta. 

Pensar a Colombia y su realidad desde mi postura anteriormente cómoda, no hubiese significado mucho. No obstante, el tejido social cada vez más fragmentado termina por tocarnos a todos los que hacemos parte de esta compleja estructura social.