jueves, 16 de abril de 2015

La bisagra

Etérea mujer, no perteneces a la tierra de indolentes y falsos virtuosos. Naciste para ser llevada a la luna en un suspiro afrodisíaco. Para ir y volver exhausta, deseando ser eterna en ese vaivén de cuerpos celestes.  Naciste para venir y correr estrellas con una sola mirada de aquel demonio que te ronda. Demonio que con silencios elocuentes penetra el recuerdo de tu inocencia.

Etérea mujer, quizá yo soy ese demonio. ¿Me sientes? yo te siento, mientras gravito a tu alrededor como aquella sustancia que supera las fuerzas de un cuerpo rígido. Podría ser ese tronco rígido que sucumbe ante ti, o quizá podrías tú ceder. Quizá podrías abandonarte y perderte; perdernos. Perdernos en el va y ven de las olas. Volar y callar, gemir y abrazar las temperaturas del cuarto estado de la materia, para después conducirme por tu cuerpo sin equilibrio electromagnético. Despojando certezas abandonados al vicio y segregando dudas con movimientos libres. Fluctuando como un par de electrones que comparten un momento angular intrínseco. Siendo dos en la frontera de un mismo ser. 

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