domingo, 2 de octubre de 2016

Pariendo un ensayo en pleno plebiscito

Para empezar, debo manifestar lo difícil que es no dejarse sumergir por el presente, para poder estar a la altura de nuestra época. Es tan complejo preciso en estos momentos en que nuestro país se polariza entre el sí y el no a la paz. Más si todo lo que leo, sobre todo en Nietzsche, me ha llevado a pensar en las historias detrás del SI y del NO. 

Me he preguntado si yo al pensar que, quienes votaran SI a raíz de una reflexión rigurosa eran los contemporáneos, porque eran capaces de mirar el pasado, ver más allá del presente desigual y oscuro que podría orientar al no, y pensar; soñar el futuro del sí, ya me encontraba ya demasiado sesgado por mi contexto y no podía pensar más allá de mí.  

Así, me vi - otra vez - intentando quitarme el disfraz del presente para poder hacer todo lo que Nietzsche sugería era el problema del historicismo. Me vi cayendo en mis propias redes al buscar elevarme por los aires intentando anular la realidad en la que estoy inmerso. 

Así llegué a la conclusión de que debía volver a su texto y dialogar con él. Mis ojos se deslizaron por esas líneas como quien se encontraba perdido en su propio mundo e intenta encontrarse en otro. Intenté encontrarlo para ver si él podía responder qué sería lo intempestivo para mi país. 

Debo decir que en sus palabras encontré un poco de consuelo y a la vez un poco de vértigo. Consuelo, porque en él encontraba “el método” de vivir entre tensiones. Pero el vértigo me invadía al pensar cómo volver a ser ese “niño que juega en confiada inconsistencia entre las cercas del pasado y el futuro sin tener aún que rechazar nada de su pasado”. Cómo volver a él sin que el ya aprendido ‘fue’ no se volvería el centro de atención; cómo hacerlo sin elevar como un monumento mi propia existencia al recordarme perecedero. 

Así recordé que alguna vez oí a un filósofo diciendo en su ponencia que no era el momento de construir museos de la memoria del conflicto de Colombia, porque esas cosas llevaban su propio ritmo. Que aún estaba muy presente el conflicto y que aún el olvido ni se había asomado. En ese momento no tenía la fuente para leer entre lineas y en mí no se suscitó ninguna pregunta.

Pero hoy pienso en ¿Cuál sería el ritmo? ¿Qué papel juega el olvido? ¿Los artistas están llamados a crear monumentos? ¿Cuál es el papel del artista en la construcción de memoria? ¿Son las artistas quienes deben construir esa memoria?

Como en mí no estaban las respuesta volví a Nietzsche. Volví a él sabiendo que en sus palabras estaban las pistas para que yo en mi “tempo” encontrará el atisbo de luz en mi oscuridad. 

“Lo ahistórico y lo histórico son en igual medida necesarios para la salud de un individuo, de un pueblo o de una cultura” (Nietzsche, p.45)

En mis palabras, el olvido y el recuerdo en su justa medida. Pero, ¿cuál sería esa justa medida? ¿Cuál sería la justa medida para una víctima del conflicto armado? ¿Cuál sería la justa medida para un artista que no ha sentido en carne propia ese conflicto armado? ¿Cómo encontrar en el desplazamiento continuo esa justa medida? ¿La justa medida debería también desplazarse? 

En medio de esas preguntas hay algo recurrente, así como mis pensamientos se van moviendo como olas, así también golpean recurrentemente a unas piedras. Entonces ¿Qué representarían esas piedras aparentemente estáticas? Acaso las piedras serían “Ese monstruo naciente al que estamos vinculados” (Woolf, p.188). Ese monstruo del que habla Virginia en su libro ‘Las Olas’ es el presente. Ella posa su mirada sobre la historia y entre metáforas esboza esa misma tensión entre el presente, pasado y futuro, y advierte que no logra encontrar donde se reúnen esos tres conceptos, dice, a su vez, que no encuentra tierra firme y que al cerrar los ojos “se le defrauda a la historia de la humanidad la visión de un momento (…) Se cierra su ojo, que mira a través de mí, si me duermo ahora; por descuido o cobardía, enterrándome en el pasado, en la oscuridad; o asiento contando cuentos.” (Woolf, p.189)

Las palabras de Virginia siempre oportunas me llevan a que esa justa medida se encuentra en el desplazamiento continuo, en ese abrir y cerrar de ojos. En palabras de Nietzsche, la justa medida la encontramos al distinguir qué olvidar y qué recordar para vivir; es decir, “utilizar el pasado como instrumento para la vida, transformando lo acontecido en Historia nueva”(p.46) y cerrar los ojos ante una realidad que nos paralice y nos impida actuar. 

Así me voy acercando a lo que sería el papel del artista en la construcción de memoria. Ya sé, por lo menos, que no se trata de construir monumentos ni de seguir llenando el mundo de pasado sin sentido. 

Quizá la verdadera tarea de todos y todas es tomar ese pasado que nos es tan próximo y malearlo, transformarlo. Tomar de él solo lo que nos permita seguir viviendo y dejar a un lado lo que nos petrifique como un monumento. Todo con un ritmo, como el de las olas que una y otra vez golpean a las piedras. Olas que jamás son las mismas, olas que golpean contra unas piedras que se ven transformadas casi de manera imperceptible. Piedras que tampoco son las mismas, piedras que se resisten como el presente, como nosotros. Olas que son pasado y presente continuo. Piedras que son presente y futuro continuo. 

También las piedras pueden ser una metáfora de las víctimas que son golpeadas una y otra vez por su pasado, pero que para seguir viviendo se transforman y son quienes hoy nos invitan a tomar tan solo lo que nos permita seguir adelante. 

Así como ellas, llego a está conclusión: Votar sí, porque es lo que nos permite seguir adelante, pues negarnos a la posibilidad de cambio es hacerle un monumento a esa guerra de 52 años y es, en palabras de Nietzsche que dejo otra pregunta en el aire a los del no, “con ese NO del hombre suprahístorico que no ve la salvación en el proceso, para quien, más bien, el mundo está completo y logra su fin en cualquier momento particular. Pues ¿qué podrían diez años más enseñar que no hayan enseñado ya los diez anteriores?


Nietzsche, F. (1999). Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida. Madrid: Biblioteca Nueva.
Woolf, V. (2010). Las olas. Madrid: Catedra Letras Universales. 
Agamben, G. (2008). ¿Qué es lo contemporáneo? 

Pariendo un ensayo en pleno plebiscito

Para empezar, debo manifestar lo difícil que es no dejarse sumergir por el presente, para poder estar a la altura de nuestra época. Es tan complejo preciso en estos momentos en que nuestro país se polariza entre el sí y el no a la paz. Más si todo lo que leo, sobre todo en Nietzsche, me ha llevado a pensar en las historias detrás del SI y del NO. 

Me he preguntado si yo al pensar que, quienes votaran SI a raíz de una reflexión rigurosa eran los contemporáneos, porque eran capaces de mirar el pasado, ver más allá del presente desigual y oscuro que podría orientar al no, y pensar; soñar el futuro del sí. O si era yo quien me encontraba ya demasiado sesgado por mi contexto y no podía pensar más allá de mí.  

Así, me vi - otra vez - intentando quitarme el disfraz del presente para poder hacer todo lo que Nietzsche sugería era el problema del historicismo. Me vi cayendo en mis propias redes al buscar elevarme por los aires intentando anular la realidad en la que estoy inmerso. 

Así llegué a la conclusión de que debía volver a su texto y dialogar con él. Mis ojos se deslizaron por esas líneas como quien se encontraba perdido en su propio mundo e intenta encontrarse en otro. Intenté encontrarlo para ver si él podía responder qué sería lo intempestivo para mi país. 

Debo decir que en sus palabras encontré un poco de consuelo y a la vez un poco de vértigo. Consuelo, porque en él encontraba “el método” de vivir entre tensiones. Pero el vértigo me invadía al pensar cómo volver a ser ese “niño que juega en confiada inconsistencia entre las cercas del pasado y el futuro sin tener aún que rechazar nada de su pasado”. Cómo volver a él sin que el ya aprendido ‘fue’ no se volvería el centro de atención; cómo hacerlo sin elevar como un monumento mi propia existencia al recordarme perecedero. 

Así recordé que alguna vez oí a un filósofo diciendo en su ponencia que no era el momento de construir museos de la memoria del conflicto de Colombia, porque esas cosas llevaban su propio ritmo. Que aún estaba muy presente el conflicto y que aún el olvido ni se había asomado. En ese momento no tenía la fuente para leer entre lineas y en mí no se suscitó ninguna pregunta.

Pero hoy pienso en ¿Cuál sería el ritmo? ¿Qué papel juega el olvido? ¿Los artistas están llamados a crear monumentos? ¿Cuál es el papel del artista en la construcción de memoria? ¿Son las artistas quienes deben construir esa memoria?

Como en mí no estaban las respuesta volví a Nietzsche. Volví a él sabiendo que en sus palabras estaban las pistas para que yo en mi “tempo” encontrará el atisbo de luz en mi oscuridad. 

“Lo ahistórico y lo histórico son en igual medida necesarios para la salud de un individuo, de un pueblo o de una cultura” (Nietzsche, p.45)

En mis palabras, el olvido y el recuerdo en su justa medida. Pero, ¿cuál sería esa justa medida? ¿Cuál sería la justa medida para una víctima del conflicto armado? ¿Cuál sería la justa medida para un artista que no ha sentido en carne propia ese conflicto armado? ¿Cómo encontrar en el desplazamiento continuo esa justa medida? ¿La justa medida debería también desplazarse? 

En medio de esas preguntas hay algo recurrente, así como mis pensamientos se van moviendo como olas, así también golpean recurrentemente a unas piedras. Entonces ¿Qué representarían esas piedras aparentemente estáticas? Acaso las piedras serían “Ese monstruo naciente al que estamos vinculados” (Woolf, p.188). Ese monstruo del que habla Virginia en su libro ‘Las Olas’ es el presente. Ella posa su mirada sobre la historia y entre metáforas esboza esa misma tensión entre el presente, pasado y futuro, y advierte que no logra encontrar donde se reúnen esos tres conceptos, dice, a su vez, que no encuentra tierra firme y que al cerrar los ojos “se le defrauda a la historia de la humanidad la visión de un momento (…) Se cierra su ojo, que mira a través de mí, si me duermo ahora; por descuido o cobardía, enterrándome en el pasado, en la oscuridad; o asiento contando cuentos.” (Woolf, p.189)

Las palabras de Virginia siempre oportunas me llevan a que esa justa medida se encuentra en el desplazamiento continuo, en ese abrir y cerrar de ojos. En palabras de Nietzsche, la justa medida la encontramos al distinguir qué olvidar y qué recordar para vivir; es decir, “utilizar el pasado como instrumento para la vida, transformando lo acontecido en Historia nueva”(p.46) y cerrar los ojos ante una realidad que nos paralice y nos impida actuar. 

Así me voy acercando a lo que sería el papel del artista en la construcción de memoria. Ya sé, por lo menos, que no se trata de construir monumentos ni de seguir llenando el mundo de pasado sin sentido. 

Quizá a verdadera tarea de todos y todas es tomar ese pasado que nos es tan próximo y malearlo, transformarlo. Tomar de él solo lo que nos permita seguir viviendo y dejar a un lado lo que nos petrifique como un monumento. Todo con un ritmo, como el de las olas que una y otra vez golpean a las piedras. Olas que jamás son las mismas, olas que golpean contra unas piedras que se ven transformadas casi de manera imperceptible. Piedras que tampoco son las mismas, piedras que se resisten como el presente, como nosotros. Olas que son pasado y presente continuo. Piedras que son presente y futuro continuo. 

También las piedras pueden ser una metáfora de las víctimas que son golpeadas una y otra vez por su pasado, pero que para seguir viviendo se transforman y son quienes hoy nos invitan a tomar tan solo lo que nos permita seguir adelante. 

Así como ellas, llego a está conclusión: Votar sí, porque es lo que nos permite seguir adelante, pues negarnos a la posibilidad de cambio es hacerle un monumento a esa guerra de 52 años y es, en palabras de Nietzsche que dejo otra pregunta en el aire a los del no, “con ese NO del hombre suprahístorico que no ve la salvación en el proceso, para quien, más bien, el mundo está completo y logra su fin en cualquier momento particular. Pues ¿qué podrían diez años más enseñar que no hayan enseñado ya los diez anteriores?


Nietzsche, F. (1999). Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida. Madrid: Biblioteca Nueva.
Woolf, V. (2010). Las olas. Madrid: Catedra Letras Universales. 
Agamben, G. (2008). ¿Qué es lo contemporáneo?