Mi nombre es Nicolás y esto es, lo que quieran que sea. Soy ese personaje, producto de una familia disfuncional,
promedio. Que con aires de artista me abrí paso a lo que se llama un laberinto sin
salida. Laberinto, porque aun no entiendo cómo funciona, sin salida pues a
pesar de “llevar a algún lado”, quizá nunca he salido. Es como decir que quizá
solo del polvo venimos y ya, no más, un golpe de suerte, ¡Un milagro!, como el amor, como la comunicación. En fin, ese
laberinto no me llevó a ningún lado, y en estos momentos sigo sin ir a ningún lado,
a pesar de haber navegado diferentes laberintos, a pesar de padecer más penas
que dichas. A pesar de verme allí, con más
miedos que certezas, en ese lugar que
todos deseamos. Pero que tanto tememos. Sí, ese repugnante, y exquisito,
palacio de venus, puertas del cielo, problema y gloria. Y todo por ese primer primerísimo
plano de lo que sería nuestra realidad, fría y solitaria, abandonados a las vicisitudes
de una incubadora. Pero existe lo sublime de entender la vida en un evento cotidiano, en una conversación casual de dos universos paralelos. Todo tiene una causa y una consecuencia, por ejemplo, la causa de la granadilla: tu hambre, la consecuencia: tu soltura. Pero al final, las dudas hasta en la piel.
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