lunes, 22 de julio de 2013

La chica de la mirada triste

Ella siempre quiso lo que nunca pudo tener. Nunca tuvo lo que necesitaba de verdad. Pero en ella, estaba toda la belleza del universo. Solo necesitaba alguien que le robara el dolor que la sometía. Ella es de esas chicas que todos observamos de lejos, que deseamos, que no alcanzamos. Todos los días se sentaba en el mismo parque a la misma hora. Ella tenía un gato negro de acompañante. Los dos caminaban con la misma desenvoltura. Sus pasos pausados, parecían ir a un ritmo, a un paso lento. Era algo increíble de observar. Aunque creo que yo era la única que la observaba con esa rigurosidad, sé bien que todos no podían apartar su mirada de ella.

Les cuento, ella era muy hermosa. Y cuando digo que era muy, no exagero. Parecía una muñequita con su vestido y sus zapatillas. Su rostro era pálido y triste. Sin embargo, su mirada era cálida y tranquilizante. Ella poseía esas bellezas clásicas que atrapan. Tenía su cabello rubio recogido. No llevaba maquillaje. En sus dedos no había anillos. Pero toda ella daba a entender que estaba amarrada a un amor. A un amor de esos que no producen felicidad, sino que torturan cruelmente a quien beba de esos caudales avasalladores.

Yo también iba todos los días a la misma hora al parque. La diferencia es que yo no tenía mascotas que pasear. Yo solo iba a observarla. Ella era mi obsesión. De esas obsesiones que no queremos que acaben. Hasta el momento, si yo hubiera buscando la forma de hablarle, habría acabado con esa ilusión que me daba ganas de seguir viviendo. Si de alguna forma habría de cruzarme con ella, sería porque así ella lo dispusiera. Y yo no podría negarme. Quién podría negarse a tales encantos.

Pasó mucho tiempo antes de que algún evento nos cruzara. No recuerdo exactamente el día, solo sé que llovía y que no había traído su peculiar gato con ella. Vi también que su libro se mojaba mientras ella intentaba sacar su sombrilla del bolso. Yo seguí sentada en el mismo lugar a pesar de la lluvia. Ella empezó a correr en dirección a mí, y no me van a creer, pero precisamente al lado mío se resbaló. Y yo la ayude a ponerse de pie, la mire a los ojos, hasta que tuve que apartar la mirada. Ella y la tragedia que yo veía en esas profundas puertas eran demasiado.

Me causo un dolor en el pecho tenerla tan cerca. Ella se quedó observándome. Permanecimos empapadas la una en frente de la otra por un tiempo prolongado. Yo esperaba por una respuesta que aún no podía soportar. Puedo jurar que de sus ojos caían lágrimas que se cruzaban con las gotas de agua que resbalaban por su rostro.  Sentí que empezaba a faltarme el aire.

De la nada empecé a correr. No me detuve hasta llegar a casa. Estando allí no daba ni para abrir la puerta. Cuando por fin logré entrar fui directo a mi habitación, allí me quede observando la lluvia caer. Mientras aún sentía sus ojos taladrándome en la cabeza.

De repente escuché una melodía que una parte de mí reconocía. El sonido provenía del recinto del arte. Cuarto donde tenía un piano, unos cuadros, pintura regada, recuerdos. Caminé hasta el cuarto donde la vi, rozando con sus largos dedos, aquel universo que hace mucho no escuchaba.

Era ella, la chica de la mirada triste. Siguió tocando, a pesar de mi agitada respiración. Dolía escuchar esa melodía. Ella se detuvo y susurró "No hay palabras que puedan decir lo que este corazón roto siente". 

No hay comentarios:

Publicar un comentario