Para nadie es un secreto, a mí me seduce la muerte. Le temo, pero me seduce, me invita, me incita, me excita. Es una cuestión de fetiches, obviamente, para mí Tánatos es erótico. Es más me imagino el encuentro con Afrodita, el placer a ras de piel. Y yo por ser una simple mortal, me tocaría conformarme con unas horas, exhausta, recuperaría el aire mientras me voy quedando dormida, por el cansancio y la falta de oxigeno. Es entonces, cuando aparece Morfeo, tan curioso y tierno, me invita a pasar mi noche a su lado, yo cedo, no tengo escapatoria. Pero allí está Tánatos, imponente y lúgubre; encantador. Me mira a lo lejos, me seduce, un poco más discreto que Afrodita, pero me seduce, como quien se sabe ganador. Y yo caigo, rendida, deseando pasar mi vida, a los pies de los tres. Afrodita, Morfeo, Tánatos, y yo a su merced, juntos por siempre, en la eternidad, en lo infinito. Sin embargo, dioses míos, aún no estoy lista, aún no es hora, aún trabajo en mi vulgaridad, en mi posteridad.
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