martes, 21 de octubre de 2014

De oruga a mariposa.

El primer recuerdo que tengo va de la mano del más significativo. No hay duda. Cuando tenía como cuatro años, me compraron lo que fue mi primera camisa de cuello. Era blanca y lisa. Me quedaba un poco grande, pero no tanto como hubiese querido. Solo sé que tengo en mi cabeza la noción de haber querido tener el cabello corto. Lo amarré de cierta forma que no se notaba que lo tenía del largo de una serpiente promedio. 

Todas morían por tener un cabello como el mío, pero yo alucinaba con llevarlo como “un niño”. Y es que a veces odiaba tanto mi cabello que deseaba tenerlo como un bombril para poder hacer de él lo que en ese momento se me antojaba. Todas acariciaban aquella cosa de ensueño, y yo solo deseaba con todas mis fuerzas una especie de honguito que ahora, por fin, llevo. 

Quizá de las cosas más difíciles que he tenido que soportar tienen que ver con todo eso que todos quieren que sea y no soy. No soy ni jamás seré la cuadriculada chica que mi papá deseaba hacer de mí. Soy un ser que un día, se sabe diferente y se atreve a serlo. 

Así que en la mañana gris de un miércoles cualquiera, decidí cortar mi frondosa cabellera que, al igual que cuando era niña, llegaba a las raíces de ese árbol casi muerto que llevo en mí desde hace casi un año. 

Debo confesar que fue una experiencia casi erótica. A tal punto que, aquellas manos ásperas que sostenían la tijera como con dolor, me hicieron sentir una corriente eléctrica que recorría todo mi cuerpo, mis vellos se erizaron. Me sentía poderosa y a la vez tan frágil. Mis ojos expedían fuego, y mis manos apretaban los muslos, a falta de alguien que me ayudara a afrontar que jamás volvería a ser quien había sido, pero que jamás quise ser. 


Así, en el espejo vi fue ese árbol que llevo tatuado en mi espalda. Yo era ese árbol y la peluquera, aquella pobre mujer que sufría con cada hebra que caía al piso, era el tiempo. El tiempo que corría veloz, y hacía que de ese árbol seco nacieran las hojas de la primavera. Así fue, en ese día, casi banal, casi único, nació el ser que se sabe diferente y le encanta serlo. Nació lo que soy y no sabía que era.

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