lunes, 27 de abril de 2015

La realidad oculta de aquellos que no tienen voz

Cuando aún no eres. Cuando germinas como una semilla y vas creciendo a la espera de esa señal que haga crecer el capullo, o que se encoja. Esa señal que dirá el género que te será asignado no llega; es porque se anticipa una tragedia. Así que ese momento en que tu madre hace fuerza por traerte a la vida, en una sala llena de médicos binarios que esperan esa verdad que emanan los genitales, se convierte en ese primer instante de un mundo que desde ya te ha dado la espalda. El doctor dice “es una niña” y se sentencian las muñecas, lo rosado, los vestidos y todas esas cosas que te serán ajenas. Luego, entre los 3 y 5 años, cuando tienes tu primera conciencia del otro y de sus particularidades y estás listo para asumir tu género cultural, tu padre te enseña que eres mujer. Esa sería la primera bofetada de la vida, pero vendrán más. 

Es allí entonces cuando el mundo se vuelve angosto, cuando dejas de sentirte parte de él porque te sientes encerrado en un cuerpo que no deseas, que no es tuyo, que te ha sido impuesto con una cantidad de normatividades que limitan tu actuar. Es cuando no ves hermanos ni amigos en medio del panóptico que otros llaman “vida”. Así que te ves en medio de la frontera de lo que eres y niegas, y de lo que no eres y vives.

Pasan los años y empiezas a abrirte al mundo como ese capullo gris que no encuentra luz. Pero te das cuenta que no estás solo; que hay otros. Que hay quienes luchan por tus derechos que deberían ser inherentes a ti, pero que en la práctica no lo son. Ves la luz al final del túnel. Corres a ella con la desesperación de quien se ha estado ahogando en un vaso de agua. Te estrellas contra una puerta que tiene clave porque a nadie le importas. Ni a los médicos, ni a los abogados, ni a los que hacen diplomacia, ni a los que dicen hablar por tus derechos. Porque tu peor error es haber sido etiquetado en la minoría de la minoría. Porque según las estadísticas de la Gobernación del Atlántico del 76% de 794 personas es homosexual, solo el 15% es parte de la población trans. 

De esta forma se sigue con las prohibiciones. Los que se supone que luchan por tus derechos te dejan a un lado por ser minoría. Permiten que te sigan llamando “enfermo”, que sigas siendo excluido y bajo el nombre de la homonormatividad invisibilizan tu lucha. Pero allí no termina todo, pues te sigues sintiendo extraño en tu cuerpo y aunque en ti ya no haya dudas, tienes que demostrar que eres apto para un cambio drástico. Es precisamente allí donde empieza esa larga batalla a la que has sido condenado al momento de ser concebido. “El primer paso”, como si ya no llevaras una larga maratón, es darte cuenta que para poder aspirar a un cambio de sexo por medio de una EPS, necesitas permiso de un psiquiatra, que te dirá que eres un enfermo porque “sufres” de disforia de género. Que además, aún con el "permiso", tendrás que enfrentarte con las barreras legales que no legitiman tu identidad; que probablemente necesitas una tutela para que te proporcionen lo que necesitas para cumplir tu sueño más grande, que es vestir con la ropa que ha sido categorizada como inherente al sexo “opuesto”. Todo esto, aunque lo consigas, quizá nunca te proporcione trabajo. Quizá ni siquiera alcances a terminar el colegio porque para el mundo solo puedes aspirar a ser “puta o peluquera”. Y por el otro lado, si superas las estadísticas en contra y llegas a la universidad, esa dicotomía en la que has vivido desde el inicio de tu vida te empuja a desertar porque no te sientes parte de ninguna estructura social. 

Pero aun así, habiendo terminado el título o no, seguramente nunca te contraten. Tal vez te toque trabajar de manera independiente, así que tampoco pertenecerás a una EPS ni cotizarás para pensión (El 24% según la Gobernación del Atlántico no está afiliado), de manera que solo te quedará tiempo para luchar por el pan de cada día, no para empoderarte. Así te condenan a ser invisible en un país que también es tuyo. Un país que hace posible que el orden establecido no sea reestructurado, pues por medio de la poca cobertura en educación y con todos los frenos que existen para ese otro de estrato bajo no se supere, tú, ese, con diversidad de género, llevas la peor parte. 

Mientras la constitución dice que existen unos derechos innegociables como el derecho a la vida digna, a la educación, a la salud y a la seguridad social, el 48% de las personas como tú es mal atendida en los centros médicos solo por su diversidad sexual y de género. Además, por ser diferente el mundo te violenta y te obliga a aceptar esa violencia, produciendo una naturalización de la discriminación bajo la justificación de la cultura machista en la que estás inmerso. Por lo tanto, a pesar de que en un 70% de ese 15% de 794 dice “sufrir de una discriminación diaria, recurrente y sistematizada que no le permite el desarrollo integral como ciudadano”, y un 62% señala haber sido víctima de agresión, quizá para ti ya es normal. Sin embargo, aunque consigas el cuerpo que anhelas y el nombre que reclamas, aún tendrás que dar explicaciones de tu existencia y tendrás que exponerte al dolor del discurso y de todos los estereotipos de género. 
No obstante todo lo anterior, si de antemano no luchas y te dejas vencer, puede ser peor. Vivir siempre como extranjero en tu propio cuerpo, casa, región, país, continente, planeta, galaxia y universo, desembocaría en que eventualmente serán otros quienes hablen por ti, aunque no te reconozcan, aunque no legitimen tu existencia. Habrá otro que en nombre de tus derechos gane dinero creando políticas para esa minoría LGBT que te niega, se crearán leyes igualitarias entre homosexuales y heterosexuales, pero no para ti quien se ha dejado vencer por el status quo, por la sociedad excluyente y por ti mismo que te has abandonado.

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