domingo, 30 de junio de 2013

El caballero errante.

Nadie te enseña a amar. Nadie sabe como recorrer los caminos de la conciencia. Pero por alguna razón yo siempre vuelvo al mismo recuerdo. Les contaré. Sus ojos brillaban. Nuestras miradas se encontraban con torpeza. Una corriente recorría el espacio que nos dividía. La afinidad sin palabras, nos ganaron las ganas. Ella se puso de pie y caminó hacía el baño, yo la seguí, por supuesto. Allí, la encontré, esperándome. Caminé hacía ella, me pegué a su cuerpo, sentí como nuestros labios se complementaron como en un sello de sangre. Recuerdo su respiración agitada, sus manos ansiosas acariciando mi cabello. Mis manos conociendo su cuerpo. Deslicé mis dedos por su espalda. En un ritmo muy elocuente nuestros cuerpos vibraban confirmando que habían nacido para estar juntos. Sus besos me confundieron, como chichos. Sus manos aceleraban el tiempo, a caricias nos llegó la noche. Se marchó, y me dejo entre manuales para aprender a caer. Ella era la droga. El tiempo pasó y me preguntó por qué. Dando vueltas en el jardin de Pizarnik la esperé. La vi llegar, La vi partir.  Conté hasta mil la levedad de sus palabras. La sensación de volar en un atardecer apocalíptico. El cielo nos arrulló, mientras escuchaba  las palabras que rompían como olas contra el pecho. 

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