miércoles, 19 de junio de 2013

Pinguinos

Sus ojos brillaban. Una luz se desprendía de ellos con una gracia casi celestial. Sus ojos color almendra me hacían sentir perdído en el paraíso. Recuerdo verla correr con mucha gracia por todo el jardin. Me creeran un loco, pero su mirada podría haber derretido el polo norte. Estoy seguro. Verla saltar como una cria me recordo mi infancia y me agustió la falta de ella. Su vitalidad arrolladora volvía flores la arena. Sin embargo,  cuando de sus hermosos ojos brotaban lagrimas de  tristeza ella congelaba la primavera. Ese día supé que de mí no quedaría nada. Que su amor me partiría en mil pedazos. Condenándome al más cruel infierno terrenal. Es que sin ella todos los días serían iguales, siempre sufriendo, siempre mintiendo. Por lo pronto sé que para sentir la necesito a mi lado. Pero su brillo me iba encandilando. Al pasar del tiempo me vi cayendo como un pinguino a sus pies, jugando a ser un principe de lentes.

Así me perdí en un cuento de ayer. Su imagen de miel, la sangre y el viento. En una noche como cualquier otra la vida me arrebata las ganas de vivir. Sus palabras me soltaron. La vi palidecer. Se marchó. Ni siquiera dijo adiós.

El tiempo pasó, me fui a dormir antes de que la realidad me golpeara una bofetada. En la desvelada nos vi viajando en barco, camino al arcoiris. Pero al quedarme dormida volvimos a la tormenta que llamamos tiempos de crecimiento discontinuo.

Qué les puedo decir que ya no sepan. Su recuerdo se marchó como su alma inquieta. Y yo... yo subí al cielo a disfrutar como sus pensamientos se hacían míos, nuestros, inalcanzables.

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