martes, 6 de agosto de 2013

Sin destino fiel

El lugar estaba oscuro. Casi no podía ver su rostro. De vez en cuando sentí ganas de acercarme y no pude. Sus ojos mirándome fijamente, mis manos temblando. Las razones para dejar morir la incertidumbre sobraban. Pero extender el coqueteo era totalmente necesario. Ironías de la vida, ciertamente. Las estrellas iluminaban su cabello. A media sombra ahogamos las posibilidades de huir. No había retorno. La caída era inminente. Nos fuimos perdiendo en los parpadeos, en la respiración, en la linea delgada que divide lo eterno y lo efímero de un beso. La Maquina del tiempo y el escape del mundo.  Sus ojos observándome con miedo, nuestras manos buscándose, el olor a pasto en nuestros pulmones, el vuelo eterno de dos amantes que aun no se conocen. El mundo se divide, colisión. Nace una estrella, mueren otras. Conexión astral. El tiempo de correr se acerca, la tomo de la mano y saltamos al infinito cielo. Nos arropó una brisa fría. La luna se hizo cómplice del nacimiento. Caminé, con el cielo a nuestros pies. Ella le dio ritmo a mis fantasías. Se apoderó de mí, su aurora diáfana. Todo por amor al arte. 

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