sábado, 20 de julio de 2013

Miss heels

La vi sentada, esperándome. Tenía su cabello suelto a un lado. Dejaba ver su largo cuello. Desde lejos la vi sonreír mientras yo me acercaba lentamente. Mis pasos eran cortos. Tenía miedo de arruinar nuestra primera salida. Me quede  observándola mientras ella se ponía de pie. Me besó en la mejilla. Su voz encantadora me invitó a sentarme a su lado. Con torpeza tomé una silla y me senté. Su mirada me dejo sin aire. Tenía unas cejas hermosas, que le daban fuerza a sus dulces ojos. Su sonrisa era totalmente indescriptible. A veces era encantadora, otras veces provocadora. Cuando sonreía a medio lado me invitaba a acercarme. Pero cuando cerraba sus labios y miraba al horizonte, podía hacerme retroceder a tal punto de querer salir huyendo. "Voy al baño, no me demoro" me dijo y luego colocó sus dedos en mi mentón. Me miro directo a los ojos y luego se marchó. Luego la vi volver, se veía tan fresca. Tan relajada. Su vestido blanco al caminar bailaba con ella, haciendo ver sus largas piernas como un templo. Mi corazón se agitaba mientras más se acercaba. Su mirada fuerte, sus ojos verdes, su cabellera roja, sus labios rosa, su piel de porcelana, sus caderas hirientes. Va y ven. Su perfume se metía dentro de mis fosas nasales e inundaba mis pulmones de ella. Imaginar su cuerpo desnudo encima del mío. Me acarició mis labios con sus dedos y un calor recorrió mi cuerpo. La sangre se me subió rápidamente a la cabeza como los tragos, como sus ojos adormecedores. Y yo solo deseaba que me sometiera aquel hermoso demonio que tenía en frente mío. La tomé de la mano y la llevé al baño. Contra la pared la besé. Sus labios apretaban con fuerza los míos. Mordiscos mientras mis manos recorrían su escultural figura. Me agache a besarle el ombligo mientras la despojaba de sus bragas. Le sobraban. Subí y la acomode de espaldas. Le bese los tatuajes de su espalda. Recorrí su cuerpo con mis manos hasta que con fuerza me empujo al otro extremo del baño. Mordió mi oreja mientras desabrochaba mi pantalón. Ella se llamaba... No importa cómo. Pero tenía una sonrisa que podía iluminar un cuarto.   Susurré en su oído "querida, quiero que te vengas, pero no que te quedes porque podría enamorarme". Ella beso mis labios y luego contestó "después de que te haga mía, nunca podrás pensar en nadie más" luego suavemente acaricio mi rostro y me besó con tal dulzura que me dejo congelada. Supimos enseguida que no era el lugar para nuestra primera vez. Fuimos a su apartamento. Tenía muchos libros. Recorrí su librería intentando retener en mi memoria los títulos. Quería sumergirme, totalmente, en sus pensamientos. Pero ella tenía preparado algo más. Me arrecostó contra los libros donde nos besamos hasta quedarnos sin labios. Su cuerpo desnudo era un sueño, era tan blanca como las nubes en primavera. Sus pechos pequeños eran firmes y hermosos. Ella era el cielo hecho carne. En su ombligo tenía un pearcing que resaltaba. Ella estaba encima mío. Y podía verle las estrellas en su hombro derecho. Las bese para ver si podía alcanzarlas. Luego. Me coloque arriba mientras la besaba. Me movía encima de ella, nos compenetrábamos. Sus muslos me apretaban, no me dejaban escapar. Yo no quería escapar. Nos íbamos acercando a fugaz momento con desesperación. Sus uñas en mi espalda dejaban heridas como sus ojos clavados en los míos. Nos vinimos al tiempo. Con ritmo. Así qué la recorrí toda con mi lengua. Desde su cuello, pasando por sus pechos, besando su ombligo, mordiendo su vientre. Chupando entre sus piernas su néctar y el mío. Tocó las estrellas y yo con ella. Como dos olas nos hicimos una mientras fluctuamos otra vez, buscando, explorando. Gemidos ahogados, gemidos y cantos. De ateas pasamos a religiosas. Gritando, rogando, viniendo. Besar su espalda es una de esas delicias que no se olvidan. Bañadas en sudor jugamos una y otra vez al amor. 

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