miércoles, 4 de diciembre de 2013

Reencarnación.

Las balas rompen contra mi cuerpo y se siente como si mis ojos se abrieran por primera vez en mucho tiempo. Tres balas fueron necesarias para tumbarme al piso. Mis ojos miraban sus ojos, mi luz se iba apagando. Un último suspiro nació desde lo más profundo de mi alma. En cuestiones de segundos, una fotografía tras otra se proyectaba en el inmenso cielo que nos arropaba. Sus labios enmudecidos me veían caer, sus manos sudaban, su corazón se agitaba a la par del mio perdiendo sus latidos. Un dolor punzante me robaba el aliento. Se me iba la vida. A nuestro alrededor no había nada, y había todo. En ese instante que fue casi eterno, perdimos el camino. No pude musitar palabra alguna. No hubo últimas palabras. Así de sencilla fue mi muerte. Así no más se me fue arrebatado el destello de mis mirada. Pero yo como alma vieja, reencarne en un ruiseñor. La belleza del mundo estaba ante mis ojos. Un vuelo alto definía mi destino. Y esta vez canté y canté, ya nadie me podría parar. 

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